lunes, 3 de mayo de 2010

Tercera columna para diario Los Andes: El poder de poder

La tercera columna del actor maipucino que conquistó al país con Los Exitosos Pells. Aquí habla del poder, en todas sus formas y tamaños.


sábado, 01 de mayo de 2010
Mucho se ha hablado del poder. Se habla de los poderosos como personas ajenas al “común de la gente”, personas implacables en el uso de ese poder (ya sea para hacer el bien o para hacer el mal), personas que se regodean en ese poder y eso los hace diferentes.

Pero creo que no es así. Todos somos iguales. Todos nos regodeamos en el poder, aunque tan sólo tengamos un instante de poder. Esto se ve claramente con los colectiveros, cuando estás apurado, vas corriendo a la parada y ves que el “bondi” está detenido en el semáforo, o lo tomas ahí o tenés que esperar al próximo.

Te acercás, golpeás con las monedas el vidrio de la puerta, y ahí mágicamente se produce el instante de poder. El colectivero tiene el poder de dejarte subir o no, de él depende que llegues tarde o no, y se regodea en ese poder. No importa si finalmente te abre o no. Él se toma su tiempo para disfrutar de ese instante de poder. Te mira, mira para adelante, mira hacia el costado, pone cara de duda, te vuelve a mirar, decide sobre vos... ¡Qué placer! Después de eso puede hacerte una seña negativa con la mano, como diciendo “no puedo dejarte subir”, o apretar el botón de abrir, para que escuches ese “pssssssshhhh”, que en ese momento es “la más maravillosa música”, la música de la puerta abriéndose, o, en un sentido más amplio, la de un poder benévolo que nos deja “pertenecer”.

Muchos tienen esos instantes de poder y vaya si los disfrutan: los patovicas de los boliches que deciden si entrás o no, los mozos de Palermo que te hacen el favor de atenderte (son las verdaderas estrellas de este Hollywood vernáculo), el gasista que “se hace un hueco” para ir a verte el calefón (te hace “la gauchada”), los niños malcriados que te hacen pasar malos momentos a pura impunidad, y hasta los perros pequeños de señoras ricas que te miran con un aire de superioridad como diciéndote: “¿sabés que yo como comida más cara que la tuya?”.

En fin, todos nos regodeamos en el poder, por más que lo tengamos por muy poco tiempo. Yo mismo lo viví el otro día, cuando un policía se acercó a pedirme un autógrafo para la hija. Lo primero que hizo al acercarse fue sacarse la gorra. La gorra es el símbolo del poder del policía, y, al sacársela, me entregaba a mí el poder (era el equivalente al traspaso de la banda y el bastón presidencial). Y la verdad que fue lindo que ese mismo policía que me hubiese mirado mal hace unos años cuando salía de noche y vestido “raro” (y, por qué no, con alguna copas de más), se hubiera acercado con la gorra bien puesta y me habría dicho: “Boas noches... documentos por favor”, ahora se me acercara sin gorra, con tono humilde y me dijera: “Disculpame ¿No me firmás un autógrafo por favor?...mi hija o mujer me tiene harto con vos”

Es cierto que “los poderosos” tienen una gorra muchísimo más grande y casi nunca se la sacan (sólo ante otros que tienen gorras aún más grandes), pero todos tenemos nuestra gorra, y disfrutamos de usarla. Algunos tienen una gorrita mínima, pero se encargan de lustrarla para que se vea bien. Otros tienen una gorra más grande, pero la disimulan, lo que hace que cuando la muestren sea una sorpresa (pero que la muestran, la muestran).

En conclusión, lo que propongo es no ver al poderoso como alguien ajeno al que se puede juzgar por cómo usa su poder, creo que hay que pensar que es lo que haría uno en ese lugar.

Y a juzgar por las actitudes descriptas más arriba, y muuuchas otras no mencionadas, todos actuaríamos más o menos igual, por lo menos en la forma en que se disfruta del poder decidir sobre otros (por más que después abras o no la puerta del colectivo). Y ahora, a usar nuestras gorras pero para mediar o vernos mas elegantes. No para imponerlas. Mike Amigorena

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