domingo, 18 de abril de 2010

“No te vayas a dormir liviano”

Aquello que está tapado por la noche, por su obscuridad, se deja ver en la escena que ofrece la literatura francesa de Bernard Marie Koltès en La noche antes de los bosques. Allí se ve, quizás, lo que no se quiere ver. Aparece la angustia y el delirio, la soledad casi como una enfermedad que se sintomatiza con la búsqueda obstinada del otro; con la necesidad de sentirse acompañado. Desesperado, en un monodiálogo impactante, en el que no se escucha ni se ve a nadie más aunque se supone que está, Mike Amigorena aparece solo, intentando conseguir que lo miren, que le hablen, que no lo abandonen.
Bajo las tablas, pocas horas antes de volver a interpretar este unipersonal que interpela a los espectadores -al punto de dejar a algunos quietos en sus butacas antes de poder volver a tomar el impulso que los ponga de pie-, Mike llega corriendo al Bar de las estrellas, con las uñas bien pintadas de un azul intenso y ropa de entrecasa (ojotas, short de jean y remera blanca) para charlar con Despierta Buenos Aires y así conocer un poquito más a Ricardo. No, no a Darín. A Ricardo Amigorena. A él.

- En todas las entrevistas que das, lo que siempre llama la atención es que decís que no te gusta hacer nada, que no te gusta leer ni ves demasiadas obras de teatro ni películas. Suena raro porque aunque quizá algunos tampoco lo hagan, nadie se atreve a decirlo.
- Hay mucha gente que no le gusta y teme que lo juzguen. Yo creo que el decirlo es estar bien con uno. La lectura no te salva si sos un tarado, sólo el espíritu te sirve, y al espíritu lo regás con el alma.

- ¿De qué manera?
- Haciendo lo que te gusta. La obra habla de quedarse bajo un árbol, sólo eso.

- Lo hace ante la mirada de los otros, que lo encierra.
- Eso es algo inevitable, lo hagas bien o mal. Lo que importa es qué te rige, qué te obliga a qué.

- Esa mirada te suele obligar a ser productivo, y vos hacés un manifiesto a la vagancia.
- Es genuino, es parte de mí. Trabajo mucho, leo mucho en mi trabajo, y es lógico que quiera no hacer nada; comer, estar con amigos, mirar tele.

- Sin embargo, logras productos que están lejos del no hacer nada. Que dicen mucho.
- Porque enriquecen el espíritu, y yo trabajo siempre a partir del alma, no sé hacerlo de otra manera, no me sale, no me gusta. Y puede tildarse como incomprensión en el resto, pero es un tema de ellos no mío. Una vez que me conocen, me aceptan.

- Y cómo te modifica a vos la obra.
- Uhhh, -dice en un largo suspiro- corrobora muchas cosas que pienso.
A la hora de una merienda tardía, el diálogo sigue desordenado para volver siempre a un mismo punto: el alma. No sabe bien cómo definirla, es casi como todo y nada al mismo tiempo, pero es su respuesta automática al hablar de lo que siente, lo que busca y lo que intenta transmitir, como sus pensamientos. Y va la repregunta:
- ¿Qué pensás?
- Que nada es realmente importante. Lo que verdaderamente vale es lo que está a nuestro acceso todo el tiempo; la familia, la salud, el amor, la naturaleza.

- La obra hace una crítica de la actitud humana hacia la naturaleza ¿Cuál es tu lectura sobre esa relación?
- Yo nací en el campo, y estoy en contacto con eso desde siempre. La relación con la naturaleza te modifica, te modifica –repite-. Te da lo esencial: estar en armonía, no planificarse, disfrutar de lo que tenés, no inventarte problemas. Eso es también regar el alma. Lo demás es circunstancial: el éxito, el trabajo, la casa, la ropa linda. Pero si vos no sos feliz en un cuarto de dos por dos, menos lo vas a ser en una mansión.

- Y esa felicidad… ¿de qué depende?
- No depende de nada, depende de mí.

- Si depende de vos, ¿por qué es importante que los demás vean qué haces? ¿En qué diferencia esa felicidad?
- La masividad sirve para contagiar, está bueno que llegue a todo el mundo. Lo disfruto, pero no me jacto de eso. Cuando viene una meseta, me quedo quieto, no es que genero algo para seguir. Lo que pasa, también, es que a mí me encanta dejar algo en el otro; una reflexión, una toma de conciencia, una sonrisa. Curarlo, liberarlo, limpiarlo de presiones que el tipo quizá no vé. No es mucho más que eso.

- Hablando de limpiar, dijiste que La noche antes de los bosques limpia.
- Sí, que purga.

- ¿Cómo?
- Con el texto de Koltés.

- ¿Y vos?
- Yo soy un instrumento, un transmisor de lo que él escribe. Y a través de mi cuerpo trato de reflejarlo. Es una obra muy compleja, pero habla de lo esencial. De la soledad, de la mujer, de una relación con una mujer. Es muy poético todo. Llevarlo cada noche es muy complejo.

- Un nuevo desafío…
- Yo me impongo desafíos porque si hago lo que me sale fácil me aburro. Prefiero ser inconsciente. Este texto era totalmente nuevo para mí, no conocía al autor y nunca estuve solo, no tengo ni máscaras para refugiarme. Sólo el alma, y todos los días el alma no está igual.
No por desmerecer su pasado más reciente, si no para no atarse a una sola experiencia, confiesa que no quiere hablar más de Martín Pells, su primer protagónico en una tira diaria. “La gente se encuentra con otra cosa”, asegura sin que se lo nombre. “Con Pells se dio más la popularidad, es como me instalé –aclara-, pero es muy lenta mi carrera, me fui consolidando de a poco.”

- Viviste, durante mucho tiempo, la precarización laboral del actor.
- No podés dejar de hacer castings, tenés que moverte. Yo estoy acá hace 18 años, toda una vida. Nunca me quedé quieto, sólo cuando llegué porque pensaba que todo iba a ser más fácil. Después, hice el camino más difícil, el que muy pocos actores hacen porque la mayoría desiste. Hice tantas cosas, ajenas también al trabajo, y lo más importante es creer en uno, en lo que sentís. Hay muchos que en dos años están en un elenco, y está buenísimo también, pero mi camino fue tan de abajo que es como muy solvente a nivel personal y profesional. A mí me costo todo tanto, que empecé a valorar más; te vas constituyendo de otra manera.

- Es perseverancia, también.
- Y aparece la frustración. Yo tenía la certeza de que iba a trabajar, de que iba a poder vivir de lo que yo quería, pero no sabía cuándo. Entonces, eso te da la pauta de que no te tenés que quedar esperando que te llamen porque no existe eso. Y un trabajo te lleva al otro, conocés a alguien, fracasás; fracasás mucho. Me acuerdo de todo lo que hice, de lo más chiquito hasta Pells.

- Mirando en el tiempo esos laburos, ¿te avergüenza alguno? Porque suele pasarle a muchos actores que no resisten ver su archivo.
- No, jamás, yo no me arrepiento. Yo lo valoro, lo que me pasa a mí es una consecuencia de todo el trabajo, de la perseverancia; es la formula ideal para que no te tumbe nada porque es un camino muy jodido el del artista. Mirá, en el 2001 hice La cajita social show, un programa que duró un mes, y yo pensaba que hacer eso me iba a llevar al éxito. Y duró un mes. Y ahí me dí cuenta de cómo es la cosa. Así me tomo el éxito y así el fracaso. Es lo mismo. Disfruto el éxito, claro que quiero tenerlo. Pero no estoy pendiente de eso.

- Pero, ¿qué sería el éxito?
- Que te consuman, que guste lo que hacés. Venir a Buenos Aires y vivir de lo que te gusta, ya es un éxito. Que la gente siga el programa; un producto súper pulido, inteligente, con un mensaje; más todavía. Después de la obra, la gente se queda un rato en la butaca… Creo que ese podría ser el fin de mi laburo, lograr que se queden sentados un rato pensando o con una sonrisa; que no te vayas a dormir liviano.

- ¿Hay espacios en la tele que no te dejen dormir liviano?
- Hay. La televisión es impredecible, no podés torearla porque te elimina. Pero en el espacio que te da, podés darle a la gente un lugar diferente. Yo siempre voy a hacer el intento porque es lo que me estimula a hacer esto. Algo liviano, servido, no me gusta.

RECUADRO:
Mike, el raro

- Te tildan continuamente de raro, ¿crees que esa imagen puede ser una reivindicación a la diversidad?
- A mí no me mueve un pelo la prensa. O me dejan o me acompañan. Si me critican o le buscan el pelo al huevo, ellos van a quedar expuestos; yo no. Me tiene sin cuidado, no me importa ni un minuto. Siempre fui rebelde, de chico, y eso no es otra cosa que querer decir algo.

- ¿Y qué decís ahora?
- Ojalá que algún extraviado saque algo bueno de todo lo que digo para encaminarse, esa sería la función de todo lo que digo y todo lo que hago.

- ¿Quién sería un extraviado?
- El que no sabe para donde disparar, y alguna de mis palabras le hacen decir, “no estoy tan mal encaminado, a ese también le pasa lo mismo”. Sirve para que confíen en ellos y sigan. Para que no vuelvan a un sendero donde les dicen lo que la sociedad le impone, lo que culturalmente vos estás condenado. Es así. Yo no soy ningún innovador.

Fuente:
Despierta Bs As

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