El actor subió al escenario una estupenda interpretación de “La noche antes de los bosques”. Cómo lo recibió el público.
jueves, 12 de agosto de 2010
La noche del miércoles, en el Independencia, chocaron dos planetas: escenario y platea. El primero, reflejo del otro, brilló con una luz inédita gracias a la estupenda adaptación del texto de Bernard Marie Koltés, la actuación de Mike Amigorena y una puesta altamente eficaz.
El segundo, reflejado en las palabras que el actor supo desgranar con emoción, no pudo renocerse en su discurso: quedó allí, entrampado en una imagen diferente; que sólo tiene relación con los medios y su virtualidad. Y fue esa lógica la que conquistó el aplauso masivo y multitudinario.
Planeta-platea
Vos te peinaste, te pusiste tu mejor jean, tus botas -como manda la moda-, tu rouge. Tomaste la cámara digital; todo el set de lujitos que te costó un año y tanto de esclavitud, sostenida en cuotas, con alguna tienda. Y saliste a encontrarte con “Él”.
“Él”: que sale en las revistas, que seguramente usa tarjeta gold, que es puro glamour, que atrae cámaras con un chasquido de los dedos, que le robó a un francés super-top una chica divina y la hizo su novia, que no mira la moda sino la impone, que ves en la tele cada noche (ese: el mundo) y te hace reír a lo loco con sus ocurrencias.
Él, que vivía en Maipú... y, ahora; mirálo: ¡cuánto poder! Y vos te vestiste, te arreglaste, sacaste tu cámara para registrar el momento en el que lo tendrás a un metro de distancia; y, con suerte, podrás dar testimonio de que te “tocó” con su sonrisa y su autógrafo, en algún papelito que tenías olvidado al fondo de la cartera.
Vos: llegaste a la sala, te sentaste. No apagaste el celular (¿dos horas desconectada?, ¡jamás!; incluso atendiste un par de llamados entretanto tu ídolo, ¿actuaba?). Esperaste a que las luces se apagaran y apareciera “Él”: divertido, inalcanzable.
Estupor, en algunos casos después de un tiempo, tedio: él no es “Él”. “Él” está detrás de un cilindro de tela negra-transparente, no hace chistes: habla, musita, grita, canta sobre asuntos que “no te suenan” (te ríes cuando escuchás alguna palabra que podría asemejar la broma; te reís porque ése es el código que “Él” y vos comparten), se sacude, cae al piso y se para... ¿qué hace?
Pasa el tiempo, ¿vos?: en silencio, tratando de entender... ¿“Él”?: desaparecido, cediéndole lugar a ese otro que se le parece pero no es. Se prende la luz. Es tu momento: te parás, aplaudís, le gritás: “¡divino, te amo!”. Y te vas con el corazón palpitante, a encontrarlo de nuevo en alguna pantalla, y guardar tu trofeo-testimonio-autógrafo de que, alguna vez, lo tocaste.
Planeta-escenario
Mike Amigorena actor, real. El tipo que viene hace 20 años gastando suelas, golpeando puertas, haciendo teatro de “éste”, que trajo ahora a Mendoza, y que los mendocinos no suelen ver. No, al menos, cuando lo hacen otros mendocinos que no sean “Él”.
Amigorena-actor-real sudando para atrapar las técnicas: de clown con Cristina Moreira, y otras versátiles que le permitieron llegar a “El niño argentino”, la obra de Mauricio Kartun que lo llevó al principio del éxito; el hombre-real que seguramente habrá atravesado un arduo proceso para comprender este texto que escribió Bernard Marie Koltés (uno de los representantes de la llamada “nueva dramaturgia francesa”) y hacerlo propio de modo tan contundente y preciso.
Este Mike Amigorena es un estupendo actor, que conoce su faena y le aporta una dúctil corporalidad y manejo de los tiempos dramáticos (en el cuerpo, en el gesto, en la cadencia de las palabras).
Este Mike Amigorena ha sabido asociarse con una directora (Alejandra Ciurlanti) que entiende cómo trazar los destinos de esta poética contemporánea francesa: en la que el personaje es un sujeto-cosificado, un ser sin nombre y sufriente; acosado por el vacío, la violencia, la soledad y la esclavitud que le imponen ese sistema aceitado y “post”. De esto trata “La noche antes de los bosques”.
Esto es lo que Amigorena grita, canta, murmura, escupe y suda sobre el escenario. En un disposito escénico que no precisa más que el estupendo diseño lumínico (fraguado por Eli Sirlin) y el sonido (de Guillermo López), para provocar el quiebre y la disyunción del sentido que pide la palabra. Todo: en una proposición circular del desplazamiento del actor y del tiempo.
No más. Suficiente para gestar la belleza de un texto maravilloso: duro, triste, amargo, silencioso (la traducción y adaptación, impecables).
Un texto que habla de vos (de nosotros), de tu/nuestra cámara digital, de tu/nuestra esclavitud en cuotas, de tu/nuestra soledad y vacío, de tu/nuestra tristeza porque no sos/somos escuchados.
Fuente: http://www.losandes.com.ar/notas/2010/8/12/mike-amigorena-independencia-chocan-planetas-508001.asp
No hay comentarios:
Publicar un comentario